viernes, 17 de julio de 2015

Lira - Parte XII

XII. La tormenta amainó, ha salido de nuevo el sol y las calles se han calentado a unos treinta grados. En la plaza la gente se amontona, algunos charlan alrededor del pilón mientras rellenan los cubos de agua o dan de beber a las mulas, otros caminan tranquilamente, una pareja de ancianos se mira a los ojos cogidos de las manos, se besan y se juran amor, el amor que los acompaña desde sus tiempos mozos, hace más de cincuenta años.

Me he podido levantar, así se ve mucho mejor la plaza. Lira mira hacia la ventana, sonriente, saludando con una mano mientras se acerca hacia la casa del doctor. No la veía desde hace un par de días, mi madre tampoco viene a visitarme desde el funeral de mi padre, no sé cómo está y el doctor Ruiz no me deja salir. Lira está tan bella como siempre, incluso más, su abuela le ha comprado un vestido nuevo, se lo encargó a una amiga suya que consigue telas desde Madrid, unas preciosísimas, estampados con lilas, azucenas…  El vestidito de Lira es blanco en la parte de la falda y de color crema pálido en la de la chaquetilla, así sus ojos verdes, de esperanzadoras luces bohemias, y su dulce piel blanca acanelada destacan más con los finos rayos de sol que acarician suave y ligeramente su rostro, sus labios rosas carnosos.

Solo puedo pensar en escaparme del presidio de esta casa, coger de la mano a Lira y huir corriendo a la mora para poder darnos el fresco baño con el que sueño hace tiempo, pero ella siempre está ocupada, yo tengo la barriga cosida más que una muñeca de trapo de la época de Quevedo y aparte, mi madre y la guardia de asalto no me dejan salir de la casa, aunque pudiera hacerlo, ni dejan que nadie a parte de Lira y el doctor me visite, no hasta descubrir quién y por qué mataron a mi padre, el porqué para mí y el resto del pueblo está claro, el quien para ellos también pero no pueden tomar medidas represoras hasta que sea demostrado y los tribunales dicten sentencia. La democracia socialista es lo que tiene.

Lira. Se acaba de acercar y me ha obligado a sentarme.

–Vámonos, no aguanto más encerrado en esta casa, quiero oler las flores, ¡darme un baño!- Ella me está sonriendo sentada a mi lado.

–Está bien, vámonos a bañar, pero me preocupa tu barriga- Le sonrío acariciándole la mano derecha, le guiño un ojo.

 –No te preocupes, estoy bien-.

El doctor se fue hace unas dos horas, le veía preocupado, recogió varias prendas en una maleta de cuero y me dijo que se tenía que ir de viaje a Madrid, algo malo había pasado y tenía que prestar atención médica.  Así que estoy solo en la casa, su hija está en casa de su abuela, a las afueras del pueblo, tengo vía libre para irme a donde quiera, después del baño iré a visitar a mi madre.

He encontrado una camisa vieja de color verde militar y unos pantalones raídos de tela caqui en el armario de la alacena, me ha parecido escuchar unos camiones en la plaza, alguien decía algo que no he logrado entender, no sé qué pasaría, supongo que sería el gitano que vende melocotones, sandías y melones.

Lira está esperando ya en la entrada, sonriente como siempre, con las manos cogidas la una de la otra por la parte delantera, lleva el pelo suelto, las mejillas brillantes y los dientes de perla centellean entre sus angelicales labios. El sol anuncia el calor del mediodía a través de la puerta entreabierta, el aroma de romero me llama como la mar al marinero, el agua quiere purgar mi cuerpo cochambroso, hilvanado.

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